martes, 13 de enero de 2015

DROGODEPENDENCIA Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD.

Es bien sabido a estas alturas, que el consumo de drogas cuando perdura en el tiempo, es porque se convierte en una conducta de escape. Dicha conducta puede ser para evitar el malestar producido por el síndrome de abstinencia física o psicológica, o bien por el derivado de alguna o varias problemáticas sin resolver. Pero…¿Qué ocurre cuando el enemigo está en casa?.

La presencia de patología dual, es decir, alteraciones de personalidad y drogadicción suele ser más la norma que la excepción. El trastorno límite de personalidad, el trastorno de personalidad narcisista o el trastorno de la personalidad por evitación, son algunas alteraciones de la personalidad que suelen ir acompañadas de algún tipo de adicción. Las alteraciones de la personalidad pueden ser causa y consecuencia, de esta manera las alteraciones de personalidad anteriormente citadas serían factores predisponentes, pero un consumo crónico de sustancias psicoactivas también podría llevarnos a una alteración de la personalidad por ejemplo, de tipo paranoide. A esto hay que añadir, que cada vez son más los casos, en donde adultos no diagnosticados en su día de trastorno de déficit de atención con Hiperactividad (TDAH), junto con otras variables, han terminado consumiendo cocaína en un intento inconsciente de automedicación.

Cuando nos encontramos ante una problemática de este tipo, la intervención requiere de más tiempo de tratamiento, con un tiempo entre sesiones menor, sobretodo al principio, mayor instrucción a la familia, uso de psicofármacos dependiendo del trastorno de personalidad y una intervención hecha a medida, como si de un traje se tratara, en cada caso. En estos casos, debemos procurar huir de los protocolos y programas excesivamente rígidos y estandarizados, para llevar a cabo una intervención más individualizada.
Es crucial, trabajar tanto la deshabituación psicológica a la sustancia psicoactiva, como el origen del problema, y además, en estos casos, hay que tener en cuenta que los rasgos de personalidad suelen ser un factor mantenedor del problema.

Es muy importante establecer una buena alianza terapéutica con este tipo de pacientes y que vean en el psicólogo a alguien que les orienta, apoya, comprende y se implica, formando entre ambos un perfecto tándem.
En concreto, en lo que se refiere al papel del terapeuta, algunas características importantes que pueden ser predictoras de un buen resultado son;
Tener una mentalidad abierta y flexible así como una actitud creativa en el abordaje, sentirse confortable con las relaciones a largo plazo que son emocionalmente intensas, especialmente en este tipo de pacientes, tolerancia hacia los propios sentimientos negativos, paciencia, empatía e implicación a la vez que establecemos unos límites claros. El paciente tiene que sentirse seguro, acompañado y arropado, para verse capaz de comenzar un nuevo camino. Debemos potenciar su sensación de autoeficacia y autoconfianza, identificar sus miedos y ayudarle a superarlos, además de ayudarle con sus emociones negativas, trabajar su autoestima y conseguir motivación para el cambio.

Algunos de los puntos a trabajar en este tipo de pacientes son; Cambio de estilo de vida, identificación y cambio de creencias disfuncionales, identificación de posibles factores mantenedores para su posterior afrontamiento (dentro del ámbito personal, social, laboral o familiar), entrenamiento en habilidades sociales y asertividad, entrenamiento en autoestima, regulación emocional, así como técnicas de relajación y distracción, entre otras herramientas, siendo éstas últimas muy importantes para el manejo de “craving” y los estímulos o situaciones “gatillo”.

Las sesiones de seguimiento son igual o más importantes aún, que las de intervención, sobretodo para asegurarnos que se mantienen los cambios y que el paciente aplica de manera adecuada las herramientas que le hemos dado, ante situaciones difíciles o conflictivas.
La finalización del tratamiento en este tipo de pacientes, se llevará a cabo siempre y cuando hayan transcurrido al menos 18 meses de intervención, el paciente lleve al menos un año de abstinencia, se pueda constatar los cambios en su personalidad y estilo de vida, siendo estables durante los últimos meses, aumento de su calidad de vida así como de su satisfacción con ésta, autonomía por parte del paciente para afrontar crisis o conflictos, además de un estado emocional y de ajuste psicológico positivo y adecuado.